PANORAMA POLÍTICO SEMANAL

Autoridad,poder,gobernabilidad
por Jorge Raventos

«- ¿Y las estrellas le obedecen?

-Por supuesto – le dijo el rey. – Obedecen enseguida. No tolero la indisciplina
.- Quisiera ver una puesta de sol… Tenga la bondad… Ordénele al sol ocultarse…

– Si ordenara a un general volar de una flor a otra como una mariposa, o escribir una tragedia o convertirse en ave marina, y el general no ejecutara la orden recibida, quién estaría en falta, él o yo ?

– Sería usted – dijo con firmeza el principito.

– Exacto. Debe exigirse de cada uno lo que cada uno puede dar – prosiguió el rey-La autoridad se fundamenta en primer lugar en la razón.Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, hará la revolución.»

Antoine de Saint-Exupéry, El Principito,Capítulo X

«Déme dos» era una frase proverbial con la que alegres consumidores festejaban la época (para algunos fructuosa) en que Alfredo Martínez de Hoz dirigía la economía del país. La Presidente la evocó involuntariamente el 25 de mayo cuando afirmó no estar satisfecha con una década de kirchnerismo y reclamó diez años más (aunque aclaró que no aspira a la eternidad que le desean sus seguidores más, digamos, fervorosos).
La señora pide otra década de gobierno y parece dar cada vez más órdenes, pero muchas de ellas, quizás porque no son suficientemente razonables, no llegan a cumplirse, mientras las encuestas reportan una continua caída del respaldo y la opinión pública le adjudica cada vez más veracidad a las incesantes denuncias de corrupción en las inmediaciones del poder.

La conclusión rápida que se extrae en la Casa Rosada ante estas dificultades es de orden conspirativo: hay fuerzas «destituyentes» («corporativas», «neoliberales», etc.) que resisten de mil modos la aplicación del «modelo nacional y popular» y buscan desplazarlo «para terminar con sus conquistas». Frente a esta amenaza, la réplica presidencial es «ir por todo», gobernar dos décadas, terminar con la oposición de la «justicia cautelar», sofocar en sus mismas fuentes las denuncias que afectan al estrecho entorno oficialista y aplicar recetas coactivas para detener el alza de precios (que «los fijan los comerciantes, los empresarios»).

En todo lo que depende de la obediencia de sus ministros o legisladores, la Presidente se ve rápidamente satisfecha. Obtuvo las leyes de reforma judicial en un santiamén y en menos de un mes la discutida ley de blanqueo de dólares (que premia a quienes evadieron y hasta a quienes no tienen actividad certificada ante las autoridades fiscales y tal vez abre la puerta al lavado de dinero de origen criminal).
Pero más allá de esas fronteras en las que reina la disciplina, los deseos presidenciales chocan con trabas: las que pone la realidad (la inflación no la inventan «los comerciantes y los empresarios», depende de la deficiente política económica; la ley de blanqueo será probablemente ineficaz para conseguir los dólares que la desconfianza de ahorristas e inversores hace huir más que retornar) y aquellas que establecen las leyes, la Constitución y también la decisión de otras jurisdicciones (los aspectos inconstitucionales de la reforma judicial ya empiezan a hacerla naufragar en los tribunales; las leyes votadas en Córdoba y en la ciudad de Buenos Aires limitan las ofensivas contra la prensa independiente). Esos deseos la Presidente no puede concretarlos.
La decisión presidencial de mudar de Buenos Aires el monumento a Cristóbal Colón que donó la comunidad italiana para el Primer Centenario tampoco ha podido cumplirse: la ciudad de Buenos Aires consideró «un robo» esa mudanza que estuvo a punto de consumarse unilateralmente y su Legislatura votó una ley para protegerlo como patrimonio histórico. La policía metropolitana fue dispuesta para hacer cumplir esa ley así como la decisión de una jueza (federal) de suspender el operativo dispuesto por la Presidencia. Eso tampoco.

El ataque de furia con el que la señora de Kirchner increpó a los que «tienen un millón de amigos» fue, si se quiere, una confesión de impotencia: ella no hace más que perder amigos (o, por lo menos, ese tipo de amistad que se traduce en votos y en apoyos. ¿Cuántos de los que integraron el 54 por ciento de hace 18 meses repetirían hoy ese sufragio?). Y los que -de acuerdo a las encuestas- tienen muchos, no salen a respaldar sus decisiones, no se declaran incondicionales, no «aguantan los trapos», para decirlo con la expresión de la diputada Juliana Di Tullio.»Me toman por idiota», se quejó la Presidente.
La impotencia se refleja en las palabras y el sentimiento revela lo que pasa: la Justicia defiende su autonomía y su papel constitucional, gobernadores de distritos importantes -Córdoba, Capital Federal- muestran que pueden tomar decisiones que se cumplen y que impiden el cumplimiento de deseos y decisiones de la Presidente. ¿Dónde está el poder, entonces? Por otra parte, los candidatos bonaerenses del oficialismo tienen techos muy bajos en las encuestas: parece imposible pretender con ellos una victoria electoral como la que el gobierno necesita (o una victoria, a secas), mientras algunos que el oficialismo, disimulando el íntimo rechazo, podría utilizar para mejorar su performance en la provincia, no quieren ser candidatos del gobierno y hasta pueden ser candidatos al margen (es decir, contra) el gobierno. Obvio: se habla de Daniel Scioli y de Sergio Massa.

El intendente de Tigre dará el sí esta semana que se abre: se reunirá con sus colegas intendentes de referencia y anunciará que va a encabezar una lista bonaerense independiente. Es decir, que competirá con el candidato del gobierno. Daniel Scioli viene dando el no permanentemente. Las pretensiones del entorno presidencial son grandes. Quieren que el gobernador encabece una lista oficialista repleta de enemigos suyos y, para eso, además, le píden que deje su cargo. Algunos del círculo de Olivos estiman que si ubican en La Plata por dos años a un personaje con buen physique du rol y lo dotan con los fondos que hoy le niegan a Scioli, pueden fabricar un candidato presidencial vicario para cubrir el hueco que deja la imposible rereelección de la señora de Kirchner No están pensando que ese personaje sea el vicegobernador Gabriel Mariotto, sino Sergio Berni. Pero Scioli parece dispuesto a no moverse de su sitio aunque vengan degollando: aguanta a pie firme la avanzadilla de la huelga docente, con la que lo hostigan y prefiere soportar sin reacciones la intemperancia presidencial. «Tengo 16 millones de jefes», dijo el sábado en Tandil. Se refería a los ciudadanos bonaerenses. Y sugería con bastante claridad que ésa es la jefatgura que acata. De hecho, es muy probable que los ataques lo sigan fortaleciendo y le sumen amigos. Francisco De Narváez, por ejemplo, salió a defenderlo: la acción de la Casa Rosada los junta. Y la Presidente se irrita por esa consecuencia.
Ahora bien, aunque todos interpretaron que el exabrupto presidencial se dirigía a Scioli (y eventualmente a Massa), lo cierto es que no son muchos los jefes territoriales que «aguantan los trapos presidenciales». Ante las denuncias que tocan las bóvedas de Lázaro Báez y las que pueda haber en El Calafate o en Río Gallegos, en casas particulares o en camposantos, los gobernadores peronistas se atienen a un lema no siempre recordado de los años 70, sugerido en persona por Perón: «el silencio es salud».

Los dirigentes del peronismo que aún se mantienen en el oficialismo observan con atención lo que ocurre en el país y, sobre todo, en sus jurisdicciones. Ellos comprenden qué significa la actual actitud de jueces y fiscales, conocen cuáles son las repercusiones en los pueblos, barrios y vecindarios que gobiernan de los escándalos que destapan los medios ; registran sin filtro el significado de que el fútbol presidencial haya perdido la batalla del rating televisivo frente al programa de Jorge Lanata. Su silencio forma parte del cuadro político que enerva a la presidencia, un cuadro inquietante porque muchos de los considerados tropa propia que hasta hace poco atravesaban una etapa silenciosa, ahora se han sumado a los que hacen aportes a las denuncias.
La Presidente sabe que ya no puede contar, fuera de cierto círculo que se va estrechando, con la disciplina o la obediencia que reclama y necesita en estos tiempos crepusculares. Hasta Horacio Verbitsky, un hombre que supo ser muy escuchado y que (pese al desplazamiento de uno de sus escudos, la ex ministra de Seguridad Nilda Garré), mantiene un grado considerable de influencia en Balcarce 50, subraya su distancia en algunos puntos importantes: dudó, por caso, de la eficacia del blanqueo (» no hay un vaticinio homogéneo acerca del éxito recaudatorio que tendrá»), consideró «ineludible la discusión sobre los aspectos éticos» y puntualizó que «crear instrumentos financieros para captar los dólares que atesora en forma clandestina un grupo reducido de agentes económicos, mientras no existen otros que defiendan de la inflación los ahorros de la gran mayoría que no especula ni fuga, no es sólo objetable desde un punto de vista moral, sino también económico».
El desplazamiento de Nilda Garré es una manifestación suplementaria de distanciamiento, que sólo formaliza lo que ya sucedía: ella había dejado de incidir sobre el ministerio que encabezaba, donde imperaba, en verdad, el teniente coronel Sergio Berni, una figura que ni Garré ni su consejero Verbitsky aprecian o respetan. El nuevo ministro -otro desplazado: Arturo Puriccelli, que dejó Defensa- no perturbará a Berni, un viejo conocido suyo de Santa Cruz. Aunque sólo sea a nivel simbólico, estos cambios parecerían indicar que, ante la ascendente crisis, la Presidente privilegia al teniente coronel y su concepción de la seguridad sobre aquellos que en ese paisaje encarnan la cuestión de los derechos humanos.

Tanto la consigna del «deme dos»¿ (décadas)» como las rabietas públicas de la Presidente son manifestaciones de un mismo mal: el fin de ciclo. Eso que los propagandistas de la Corte maquillaron con el título de “modelo nacional y popular” está notoriamente zozobrando, sin combustible, sin brújula, lastrado por el peso de los cofres que guarda en la bodega y con una tripulación cada vez más ganada por un escepticismo que el entusiasmo rentado no consigue disimular.

Ese modelo, que en sus inicios se benefició de las inversiones y los ajustes realizados en etapas anteriores, cristaliza hoy relaciones de producción que se han convertido en un límite para la inversión, el crecimiento, el empleo productivo y el desarrollo social.
Es ese límite, cada vez más notorio, lo que evidencia para todo el mundo que estamos, efectivamente en un final de ciclo, no en el inicio de una segunda década K. Que el poder puede menos. Que la gobernabilidad se resiente.

Y eso, lógicamente, a algunos y algunas les da furia. Prefieren pedir lo que no va a suceder. Las estrellas no les obedecen.

Publicado el 02/06/2013 en Panorama Político Semanal y etiquetado en . Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.

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